9/22/2005

¿Cómo cambiar a Colombia?

Boletín Imágenes. Revista Institucional, Asociación Colombiana de Radiología, 2005;11(1): 8.

El año pasado, la revista periodística Cambio lanzó una convocatoria a sus lectores para que enviaran sus opiniones acerca de las maneras en las que se podría cambiar el país. Reflexiones personales sobre el tema.
Hace un par de años, un sindicalista argentino se hizo famoso por una frase suya, con la que sugería que una manera de salir de la crisis de ese país era que sus dirigentes dejaran de robar por un tiempo. La desfachatez de su sentencia se debió a su conjugación, pues al proferirla en primera persona, el dirigente se incluía a sí mismo entre la caterva de secuaces que, disfrazados de políticos, habían sumido al país austral en una de las peores situaciones económicas de su historia. Y es que para llevar a semejante crisis a un país sin guerra de guerrillas y sin tanto problema de narcotráfico como el de sus vecinos de continente, hace falta robar mucho. El ejemplo de algunos, -pocos o muchos, prefiero pensar que no todos-, nos puede hacer creer que político y corrupto son sinónimos. Esta puede ser la razón para que haya muchos colombianos, pero de los que no pertenecen a las bandas de saqueadores, que piensan que para cambiar al país hay que erradicar a políticos de la clase del tristemente célebre Luis Barrionuevo, de Argentina.

De manera análoga a las enfermedades que tienen una clara determinación genética, en las que puede ser importante o imprescindible detectar el factor que favorece su transmisión a generaciones de descendientes, no es raro buscar en nuestros ancestros la explicación para
algún comportamiento aberrante o sociopático. Así, también hay muchos colombianos que están convencidos que, de haber sido descubiertos o conquistados por angloparlantes, habríamos tenido un mejor o más temprano desarrollo. No son raros los conformistas que opinan que no vale la pena tratar de cambiar la historia, ni el país, para lo que viene al caso. Para ellos, somos lo que nos dejaron los españoles. Si tan sólo nos hubieran conquistado los ingleses...

Cada vez son más frecuentes los ejemplos de la manera cómo se manipulan las noticias, cuyo objetivo, que debía ser el de abrir espacios de reflexión, a veces parece ser el de distorsionar nuestros principios más elementales. Es así como los reportajes de eventos violentos y de actos de guerra pueden ser presentados para aumentar la audiencia de los medios de comunicación. Las guerras sólo dejan vencidos; al contabilizar cadáveres, todos los muertos de una guerra son demasiados, sin importar el bando al que hayan pertenecido. Refugiados en la libertad de expresión, que no es lo mismo que el derecho a decir o escribir barbaridades, algunos
periodistas -pocos o muchos, prefiero pensar que no todos- han contribuido al fanatismo y a la insensibilidad, contando y mostrando muertos sin que parezca importante que alguna vez fueron vidas.

Algunos médicos -pocos o muchos- han contribuido a cambiar la imagen de esta profesión en el país. Luego de varios años en que se aprovecharon del sistema de salud, el sistema ahora se aprovecha de los médicos para ofrecer una mayor cobertura a expensas de los profesionales del área. Los pacientes se han convertido en clientes, y el sistema ha permitido que una consulta médica sea ahora un servicio, comparable en exigencia y remuneración por parte del cliente o su pagador, con la atención en una peluquería o en una tienda de abarrotes. Pero la historia de la medicina universal está llena de paradojas; no son raros los ejemplos de personajes cuyas más grandes contribuciones a la ciencia están relacionadas con la muerte. La guillotina, la silla eléctrica y algunos modelos de ametralladoras fueron diseñadas por médicos u otros profesionales de la salud. ¿Por qué habría de ser diferente la medicina en Colombia?

Un premio Nobel, varios destacados deportistas, un buen número de «cerebros fugados» y otro tanto de exiliados voluntarios, mezclados con el cuestionable reconocimiento del ingenio criminal de algunos de nuestros compatriotas, sazonado con años de excesos violentos y decorado con una serie de dudosas marcas mundiales en biodiversidad, humor y drama, conforman la receta de nuestro país, que no es muy diferente a la fórmula para hacer otras naciones. Lo cierto es que los colombianos no somos mejores ni peores que nuestros congéneres. Simplemente, somos distintos. Porque somos únicos, porque cada uno de nosotros es distinto y único: ninguno es como yo, no hay nadie como tú.

Las características que nos agrupan no nos hacen iguales. No todos los políticos son despreciables, ni todos los periodistas frívolos. Tampoco son inhumanos todos los médicos ni aprovechados, por defecto, los colombianos. La generalización es la forma más sutil de discriminación: siempre habrá personas geniales de cada sexo, raza, credo u oficio, como
también habrá, en los mismos bandos, algunos estúpidos, locos y gente aburrida o simplemente insoportable. Con esta convicción, y con la certeza de que todos tenemos los mismos derechos, es decir, derecho a lo mismo, es que podremos salir adelante. Para cambiar a Colombia no hace falta buscar ejemplos de lo peor o lo mejor que somos capaces de hacer, pues es lo mismo que pueden hacer los de los países vecinos, los cercanos y los más remotos. Para cambiar a Colombia hace falta cambiar de actitud, no de país. Pero esos son los cambios más difíciles, y suelen requerir de varias generaciones para empezar a verlos.

¿Cómo cambiar a Colombia? La respuesta, quizá, la sabrán mis hijas, o los descendientes de sus hijas.

Aníbal J. Morillo, MD.

9/21/2005

Deconstrucción de una huella
Pequeño ángel lector de una iglesia en Firavitoba, Boyacá, Colombia

Cara a Cara (C) 2000. A.J. Morillo. Composición, realce y manipulación digital de radiografías de cráneo. Imagen seleccionada por concurso para afiche del Simposio Cerebro, Arte y Creatividad, Universidad Nacional de Colombia. Parte de El Proyecto Via Cruxis: muestra de arte radiográfico.